|
Lunes 21 de marzo de 2005
Hernán Fernández, abogado
querellante contra Colonia Dignidad: La historia del cazador permanente
JORGE CASTILLO PIZARRO, RENÉ OLIVARES
Fue quien inició las acciones contra
Schaefer, por abuso sexual a un niño de 12 años.
JORGE CASTILLO PIZARRO Y RENÉ
OLIVARES
"Cuídate, maldito", le amenazó por el teléfono
la voz en un castellano germanizado.
Era un Año Nuevo y
el abogado Hernán Fernández había levantado el auricular
pensando que lo llamaba un familiar o algún amigo. Pero no, al
parecer el largo brazo de Villa Baviera había dado con su
domicilio. "Yo no conocía los métodos de la Colonia Dignidad",
comentó en los últimos días, al recordar el hecho. Hasta julio
de 1996 sólo sabía de Villa Baviera por informaciones de
prensa y uno que otro libro.
El primer caso
No
se imaginaba entonces cuánto más llegaría a conocer cuando en
esa fecha Jacqueline Pacheco, una modesta campesina de San
Carlos y ex defensora del reducto germano, lo buscó para
pedirle que defendiera a su hijo C. P. P., de 12 años, abusado
sexualmente por Paul Schaefer.
La sostenida
especialización en el derecho penal infantil iniciada nueve
años antes, cuando estaba a punto de titularse, había decidido
su elección. La campesina lo buscó en Santiago por
recomendación de policías y profesionales que trabajaban con
menores en riesgo. También influyó el que ya entonces ella
desconfiaba de todo el mundo en la zona.
Fernández
viajó hasta San Carlos y conoció al pequeño. En su momento
confesó que al conocer su entorno, rodeado de hostiles
familias campesinas fanáticas de la colonia, pensó qué
hacer.
Lo decidió una convicción que arrastraba desde
sus tiempos de estudiante, cuando un profesor, sorprendido por
su afán de mejorar la protección infantil, le dijo: "Pero para
qué se va a dedicar a esto, si el derecho poco tiene que hacer
aquí". También la valentía del menor, hoy de 20 años, que
deseaba el castigo de Schaefer. "Si él, que era un simple niño
humilde y vulnerable, estaba dispuesto a seguir, yo, abogado,
con conocimientos legales y que me puedo defender por mi
cuenta, no puedo decirle que no".
Fernández trabajó
prácticamente solo, aunque algunas veces coincidía con la
policía civil. Nunca contó, como pensó la prensa al comienzo
al verlo surgir de la nada, con ayuda del Ministerio del
Interior. "Una sola vez me ofrecieron movilizarme en una
camioneta, pero rechacé el ofrecimiento", suele
recordar.
Sí estableció una estrecha relación con
Sergio Corvalán, representante del gobierno y la justicia
alemanas y que ya había investigado a Colonia Dignidad en los
años 80, y Daniel Martorell, del Consejo de Defensa del
Estado.
Como no cobró a las familias que empezaron a
acercársele, tuvo que ayudarse con su trabajo a honorarios en
el Servicio Nacional de Menores y con los casos recibidos en
una oficina compartida con otros abogados. Debió moverse entre
Santiago, Talca, Parral y la zona de San Carlos, lo que le
significó enormes costos humanos y materiales.
Sin auto
propio, Fernández siempre se movilizó en buses
interprovinciales y micros rurales, preparando algunos
escritos en el trayecto, luchando contra el tiempo para llegar
a los tribunales y los apartados lugares donde vivían las
víctimas y sus familias. A veces el pastor evangélico Adrián
Bravo (primero defensor y después profundo detractor de
Dignidad) lo acompañaba en sus recorridos rurales y después lo
dejaba de madrugada en la Carretera Panamericana para que
regresara a Santiago.
Fernández se convirtió en el
enemigo número uno de los colonos. Y éstos se lo hicieron
sentir.
Era normal que sus caminatas en Parral fueran
seguidas lentamente por vehículos conducidos por alemanes o
amigos chilenos. Antes y después de los alegatos era encarado
por los campesinos chilenos amigos de los
alemanes.
Además lo acosaban en Santiago. A una cuadra
de su domicilio se topó cara a cara con un colono de los más
duros, quien le hizo una venia con su gorra.
También el
departamento que arrendaba entonces fue violentado dos veces,
estando él en Parral. En la primera los desconocidos
ingresaron por la puerta principal sin forzar la triple chapa.
Sólo se llevaron un televisor y su computador.
En otra
ocasión, en un día que no le correspondía, su empleada llegó
para hacer el aseo y estaba sola limpiando una pieza cuando
sintió que abrían la puerta principal. Oyó los pasos y supuso
que era su empleador, por lo que, sin asomarse, lo saludó
desde la habitación con un cordial "¡hola, don Hernán!". Al
revés de los ladrones comunes, silenciosamente los
desconocidos reencaminaron sus pasos hacia la salida y se
esfumaron, impidiendo así ser reconocidos.
Pero no eran
las amenazas lo que más lo descorazonaba. Su desaliento surgió
siempre de lo que estimó una incapacidad del Estado chileno
para enfrentar a los colonos.
Sólo ha reconocido la
labor del Departamento Quinto de Investigaciones,
especialmente al ex subdirector Luis Henríquez y al comisario
Sandro Gaete. No la de Carabineros ni de algunos actores del
Poder Judicial, ni tampoco la de La Moneda por considerar que
no financió adecuadamente una lucha integral.
"Nuestro
país carece de los instrumentos apropiados para enfrentar a
una organización como la Colonia Dignidad. Por ejemplo, la
policía civil no tiene las suficientes aeronaves para una
cobertura desde el aire de Villa Baviera", dijo en 1997, a la
luz de los primeros allanamientos fracasados.
Esa idea
la repitió en los años siguientes. A punta de fiascos se
convenció de que las policías y los tribunales estaban
infiltrados, lo que permitía a los colonos anticiparse
siempre. A partir de 2000, cuando la acción operativa decayó y
todos pensaban que Schaefer jamás sería descubierto, él
resintió el momento.
¿Diez años más?
En algún
minuto pensó en postular al naciente Ministerio Público para
asumir como fiscal, pero luego decidió viajar a España para
doctorarse en derecho penal. Lo hizo en 2003, pero se devolvió
en la mitad al saberse acá algunos indicios que podrían dar un
vuelco al caso.
Regresó al país europeo en 2004. Por
las mismas razones del año anterior dejó su tesis pendiente y
se vino a Chile en julio.
Schaefer empezaba a hacerse
visible. Claro que esta vez todos sus pasos los dio
prescindiendo de la ayuda policial
chilena.
Aprovechando su ligazón con el programa
televisivo "Contacto", compartió información con sus
periodistas y juntos consiguieron lo imposible.
En los
últimos días ha remarcado que la detención de Schaefer no lo
es todo y que no aceptará que los otros jerarcas que lo
ayudaron en los múltiples delitos imputados quieran aparentar
inocencia. Los perseguirá a todos. Se le preguntó entonces si
estaría dispuesto a seguir otra década.
Admite que
siente cierto cansancio y que ese nuevo desafío le costaría.
Pero confía en que "diez años más en esto no va a ocurrir",
pues "con la detención de Schaefer, si el Estado y la justicia
cumplen su tarea, con la plena libertad de los colonos y la
protección de las víctimas, la desintegración de la Colonia
Dignidad es una cuestión de tiempo".
Estudios
ytrayectoria
Hernán Fernández Rojas nació en la central
Abanico, Octava Región, en 1962.
Se tituló de abogado
en la Universidad de Concepción en 1987 y en 2003 inició en
España un doctorado en derecho penal que está a punto de
terminar.
Ha sido asesor legislativo, funcionario del
Servicio Nacional de Menores (Sename) y dictado múltiples
conferencias sobre el abuso infantil.
|
| |
|
');
|